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martes, 11 de marzo de 2014

Lo que se fué



  Tu boca
sin medida,
como un pantano en el que me sumergía,
por el que me dejaba llevar,
cálido..
húmedo..
en un descenso lento y oscuro
hasta las profundidades donde se hallaba,
callado,
tu útero dormido,
quizá muerto.

  Tu carne
magullada,
suave aún y sonrosada,
pero temblorosa
como un pétalo a punto de ajarse
y de volverse gris
antes del desprendimiento
y de ser robado hacia la nada
por el viento,
por el tiempo.

  Tu voz
rebotando en mis paredes
en interminable eco,
como un murmullo de fantasmas
en una mansión vacía,
una melodía en mi cabeza
que hace que mi cuerpo se meza
entre mi abrazo,
el único que encuentra para refugiarse
mi soledad tardía.

  Tu esencia..
la que nadie ve,
pero que yo sentía y aún siento,
cuando regreso a la melancolía
de tus rincones,
en los que solo queda
la sombra que olvidaste al irte,
mientras desaparecía
la estela rasgada
que dejo atrás tu melena,
tu aroma colgando de mis clavos,
como ropa recién lavada y fresca.

  Mi calma
absurda,
la que quedó cuando te llevaste tus tormentas,
prendidas en tu vestido blanco
que hondeaba lamentos cuando te fuiste,
sin mirar atrás,
con las lágrimas aferradas en lo recóndito
de ese orgullo cuajado de espinas
que me decía adiós sin una palabra,
dejándome ver tu espalda
hendida de látigo,
de la que resbalaba sangre,
aún viva,
aún latente cada gota
cuando tocaba el suelo.