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lunes, 25 de marzo de 2013

La muerte del unicornio


   Su rastro era un paisaje devastado, ramas rotas, dobladas, el suelo apisonado, era como si un tornado hubiera abierto un túnel entre toda aquella maleza donde apenas llegaba el sol, un camino a la locura con salpicaduras de sangre donde quiera que posara la vista.

 Yo corría por aquel hueco intentando que mi respiración no me fallara, coger aire, expulsar, coger aire… el miedo podía hacer que me olvidara de respirar mientras corría, y eso hubiera acabado con mi carrera desesperada, corría, respiraba, corría, respiraba, a veces las ramas me arañaban la cara y las manos, yo no sentía nada, me concentraba en el temblor del suelo que me indicaba que sus cascos enloquecidos seguían adelante en su carrera mortal.

  Yo era una guardiana, correr era parte de mi entrenamiento, yo era una guardiana que había fallado y todo mi ser pendía ahora de aquella carrera, cada músculo por aquella vida que era mía. Los metros se hicieron kilómetros y la esperanza se encontraba cada vez más lejos.




  El sudor y las gotas de sangre de mis arañazos quedaban es suspenso tras de mi, flotando en el aire del espacio que dejaba atrás, veloz.

  Saltaba los troncos caídos de los árboles, las piedras, los regueros de agua, corría, volaba cuando  el suelo cedió bajo mis pies, caí hacia adelante y rodé unos metros, intenté levantarme enseguida y  me freno el dolor, un corte profundo me abría la planta y casi cercenaba mi dedo grande del pié  derecho, sangraba mucho, ardía, corté una tira de mi blusón ya rasgado y lo envolví con  prisa, entonces me dí cuenta… el suelo ya no temblaba..

  Me levanté ignorando el dolor, la sangre, corrí endemoniada, respirar ya no importaba, ya nada importaba, me reventaba el corazón cuando llegué al claro y lo vi..

  El unicornio en su caída hendió la tierra, yacía casi en el centro del claro, veía el vapor que desprendía  su cuerpo, y las vaharadas que salían de su hocico, me acerqué aterrada, su pelaje blanco ya no era blanco, era rojo, empapado en sudor, con las crines pegajosas, bañado en la sangre que manaba de las heridas abiertas en su demencial carrera, algunas terribles, sus cascos abiertos, su cuerno nacarado resquebrajado, sus ojos enloquecidos, la mirada de los dioses ahora en agonía, sin ver ya mas que la oscuridad profunda, su cuerpo inmenso y  hermoso luchando por recoger otra bocanada de aire, rendido, reventado..
 
  Atrás quedó el orgulloso rey de las praderas de Olyannia, su cabeza erguida y sus ojos sabios, su crin espesa y rizada mas hermosa que los cabellos de las ondinas, su poderoso pecho y su cuello de mármol blancos como nieve recién caída, su talla inmensa, su porte de señor de los llanos y las lomas, atrás quedaron sus carreras al viento, su dominio sobre los arroyos, los caminos y las laderas de las montañas, atrás quedaba el reflejo perlado que le arrancaba el sol de mediodía, su mirada noble de dios, de padre, de hermano..
 
  Un sonido se abrió paso por mi cuerpo desgarrando mis entrañas, saturando mis oídos, espesando el aire que nos rodeaba, mi grito broto de mi boca mientras caía sobre mi adorado hijo del sol, y seguí gritando mientras me abrazaba a él, con sus laceradas llagas, con su pelaje teñido por su sangre roja, su cuerpo ardía, su sudor se tornaba en nubes que se deshacían sobre él, y yo seguí gritando, grité como las madres que pierden a sus hijos, como las viudas de los guerreros, como los reyes que pierden sus reinos, seguí gritando cuando él ya no se movía, cuando desapareció la agonía de sus ojos y solo quedó la neblina de la nada, seguí gritando hasta que mi boca ya no tuvo mas sonidos para darme, yo era el dolor mismo..
 
  La noche llegó. Todo se paró. Las aves callaron y todas las criaturas del bosque, la hierba dejó de crecer, el viento no movió otra hoja, el agua de los arroyos dejo de correr, el tiempo se paró, el mundo se paró. El unicornio ha muerto. El luto envolvió toda vida. El silencio.

  Los unicornios no se descomponen, la tierra los va abrazando y los acoge, los envuelve en su manto,  y sus cuerpos se van fundiendo con ella, y las abejas y las mariposas y los colibríes traen semillas de rosas y jazmines, de prímulas y margaritas, y las esconden entre su pelaje, y al final una loma hermosa, mágica, como un pequeño país de las hadas queda para el recuerdo.

 Yo me quedaré aquí, para que la tierra se apiade de mi y me abrace también, para deshacerme con mi criatura hermosa, para desaparecer, qué mejor muerte después de mi fracaso..


  Los unicornios no pueden salir de Olyannia, por eso las guardianas guardamos las puertas, por eso la carrera es nuestra principal arma, corremos con ellos para bloquear cualquier puerta que pueda surgir. Los unicornios sienten el dolor de los hombres y lo sanan, pero eso los debilita, es como tragar veneno. Si un unicornio pisa la tierra de los hombres enloquecerá, por que es horroroso el clamor que desprende la tierra, lo ahogará, le dejará ciego y sordo y correrá hasta morir.

  El mío murió, y no era el primero ni sería el último, pero cada vez hay menos, y cada vez se abren más puertas  a ese infierno humano.









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